El juego de voleibol en el que jugaba mi hija Patricia el pasado mes de abril era el decisivo para alzarse como campeonas del torneo. Venían de una racha de siete victorias y eran el único equipo invicto en la serie. El otro equipo tenía una derrota a su haber frente a las nuestras. Padres, abuelos y hermanos animábamos el juego con pitos, bocinas y gritos de apoyo mientras anotaban victoria en el primer set. Las chicas cayeron en el segundo set, pero teníamos nuestras esperanzas que ganaran el último set.
El sexteto estaba bien acopladas y su dirigente es una figura de mucho prestigio y experiencia en el mundo del voleibol por lo que una victoria era fácil de imaginar. Entonces sucedió lo impensable: perdieron el torneo y quedaron sub campeonas. Lo que se desató en los minutos siguientes al desenlace fue un verdadero drama. Llantos, gritos, gestos y abrazos. Mi hija, sin embargo, no derramó ni una sola lágrima ni manifestó frustración. Un “Mami perdimos” al fundirnos en un abrazo fue su única expresión. (more…)